Las iniciativas de diversidad, equidad e inclusión (DEI) efectivamente desaparecieron en 2024, y las razones son más sistémicas que las fallas individuales. El breve auge de los programas de diversidad corporativa tras las protestas de George Floyd en 2020 resultó insostenible y colapsó bajo presiones económicas y una reacción deliberada. La realidad es que DEI nunca se trató de un cambio sistémico genuino; fue una corrección temporal del mercado que las corporaciones utilizaron como arma para las relaciones públicas mientras mantenían las estructuras de poder subyacentes.
La ilusión del progreso
El aumento del gasto en DEI después de 2020 fue impulsado por un pánico moral fugaz, no por un compromiso a largo plazo. Las empresas se apresuraron a contratar funcionarios de la DEI, lanzar programas internos y prometer apoyo a los grupos subrepresentados. Inversiones multimillonarias inundaron organizaciones de justicia social, creando una nueva industria de consultores y ejecutivos. Pero bajo la superficie, esto fue en gran medida performativo. Muchos avances fueron superficiales, con pocos cambios estructurales en las prácticas de contratación, las políticas de promoción o la equidad salarial.
Como lo expresó sin rodeos un ejecutivo de DEI: “Esto es la América corporativa: ¿qué esperas?” El objetivo no era desmantelar el racismo sistémico sino aplacar la presión pública y evitar daños a la reputación. La DEI se convirtió en una herramienta pacificadora, una forma para que las empresas parecieran progresistas sin ceder poder.
La reacción inevitable
La reacción comenzó tan pronto como las condiciones económicas se endurecieron. Los presupuestos de la DEI estuvieron entre los primeros en ser recortados y los puestos de la DEI fueron despedidos en masa. En 2023, la Corte Suprema puso fin efectivamente a la acción afirmativa en las admisiones universitarias, entregando municiones a los activistas anti-DEI. Trece fiscales generales estatales republicanos amenazaron con emprender acciones legales contra empresas con programas DEI, argumentando que violaban las leyes contra la discriminación.
La demanda del Fearless Fund, aunque resuelta, sentó un precedente peligroso. Los activistas explotaron las leyes antidiscriminatorias existentes para desmantelar los esfuerzos de DEI bajo el pretexto de daltonismo. Las corporaciones cerraron bajo presión, temiendo nuevos desafíos legales. A finales de 2023, grandes empresas como Meta, Tesla y Lyft habían reducido sus equipos DEI a la mitad o más.
El problema fundamental
El fracaso de DEI no se trata sólo de políticas o reacciones negativas; se trata de la incompatibilidad inherente entre las iniciativas de diversidad y el sistema económico de Estados Unidos. DEI intenta corregir las desigualdades sistémicas sin abordar las dinámicas de clase subyacentes que las perpetúan. Las empresas estadounidenses no quieren equidad; quiere mano de obra barata y una fuerza laboral dócil.
La realidad es que los desequilibrios de poder y las jerarquías raciales están integrados en el sistema. El empoderamiento de los negros, incluso en formas limitadas, amenaza el status quo. Como lo expresó un consultor: “Cada vez que ha habido un avance… ha venido después una reacción violenta”. La DEI fue un problema temporal, un breve momento en el que las corporaciones fingieron que les importaba antes de volver a su configuración predeterminada: maximizar las ganancias a expensas de los grupos marginados.
El resultado inevitable
El colapso de DEI no fue sorprendente. Fue el resultado predecible de un sistema defectuoso diseñado para fracasar. DEI nunca tuvo la fuerza para desafiar las estructuras de poder, y las corporaciones nunca tuvieron la intención de hacerlo. El breve período de progreso fue una anomalía, resultado de presiones externas más que de reformas internas.
Hoy, DEI es una broma, una advertencia sobre los límites del activismo corporativo. La consecuencia inevitable es un mayor afianzamiento de la desigualdad, con barreras sistémicas que permanecen intactas y grupos marginados que deben navegar en un juego amañado. La ilusión de progreso ha terminado y la realidad del racismo estadounidense se ha reafirmado.















